Andan juntos el camino
hacia Belén, la ciudad,
por dar cumplimiento al sino
que manda la Autoridad,
errantes, cual peregrinos,
mas posada no les dan,
sino un pequeño resquicio
por morada tomarán,
para su recién nacido:
un pesebre en un portal,
y por calor escogido,
dulce calor animal,
que el humano está embebido
en su individualidad.
Calor de mula y de buey,
al infante aliviarán,
pues cumple la humana ley
Su Divina Majestad,
el que de todos es Rey,
al rey obedece ya,
rigiendo con rectitud,
reinando con humildad.
El niño Dios tiene frío,
¿no hay quien lo quiera arropar?
con las pajas del pesebre
suficiente no tendrá
en este crudo diciembre,
ni en todo este invierno impío
que acaba de comenzar.
El niño Dios tiene frío,
un frío que no se va,
de egoísmo enceguecido,
de corazones heridos
de falta de voluntad;
el niño Dios tiene llanto,
¿Quién lo quiere consolar?
de los gallos el fiel canto,
de las aves el trinar,
pues el humano quebranto
lo castiga una vez más;
el niño Dios, en su frío
persistente y pertinaz,
está sufriendo el hastío
de toda la humanidad,
la que se empeña en quedarse
sin alegría y sin paz,
la que no quiere salvarse,
cuando ya salvada está.
«Sed niños con este niño,»
-nos pedirá su mamá-,
«y os adopto como hijos
para vivir y gozar
de todo el Amor divino
que mi hijo os brinda ya.
¡Sed niños con este niño,
venid esta Navidad!,
¡cantad, naciones y pueblos,
cantad y vitoread!,
con un júbilo de novia
prosternada ante el altar;
que vengan a la memoria,
con espíritu de euforia,
cantares de inmensidad,
que en esta entrañable historia
se hace patente la gloria
de toda la humanidad.