¿Qué zapatos me pondré?
¿Cómo podré caminar
por el laberinto intrincado
de las sendas fangosas de la mentira?
¿Y en el mar?
¿Cómo nadar en contra de la corriente
en el mar de la ambición,
de la frivolidad,
de la vaciedad,
del vicio,
de la humorada chabacana
y la ñoña sensiblería?

¿Cómo escuchar la armonía lejana
de los ecos del Paraíso Perdido
entre tanto ruido ensordecedor
de tráfico y borbotones
de información sin descanso?
¿Cómo tragar las mundanas píldoras
que están destrozando el mundo
arrebatándonos el deseo de lo Divino?

¿Dónde y cómo ser niños,
y para qué serlo,
si no cabe la magia de la infancia?

Descubro con los ojos cerrados
y los oídos enajenados por el absurdo
y la tristeza
que mudamente pronuncian
mis labios la nada,
cuando nada merece la pena de nada,
fagocitado todo por un
poder sin ética
que luego enarbola la ética
como bandera de su poder;
descubro también con sorpresa
que llega un momento en que,
cuando la mera materia,
alentada por el totalitario materialismo,
nos hace nacer nada más que a la corrupción y la muerte,
lo que, en ese caso no tendría sentido
sería nacer porque está de moda
o por el simple placer o instinto animal,
que a nada conducen.

¿Para qué, pues, el arte y la ciencia,
la belleza extrema
con todos los pequeños detalles
que despiertan la sensibilidad?

¿Dónde reside el ser real del hombre?
¿para qué está hecho?
¿cuál es su vocación y su llamada?

Solamente se puede nacer en serio,
para no caer en la desesperanza,
y en consecuencia, en la destrucción,
cuando se escucha la pequeña voz que nos aguijonea y nos contradice,
cuando se entrega la piel contra viento y marea
para trascender la intransigencia de todo aquello
con lo que no se puede transigir,
puesto que mata y aniquila
la esencia profunda del hombre;
sin piedad no hay engranajes,
y sin amor no hay respuestas
a los interrogantes que absorben la sangre.

Por eso he tomado la decisión
de hacer acopio de semillas de sonrisas,
arados de canciones,
paladas de poemas y de hechos,
de pequeñas hazañas
en la épica de la vida
que me permitan ir cosechando
los frutos de la entrañable añoranza,
ir sembrando universos de amor por donde pueda,
y así renovaré poco a poco,
por lo menos la parcela de vida que me toca en el tiempo
sin descansar un segundo
ni desperdiciar ni siquiera el mínimo rincón

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