Érase una vez un matrimonio que vivía de un pequeño puesto de churros que abrían a las 6 am cada día en el cruce de dos calles.

Todos los días a esa hora encendían el aceite de la mejor calidad, utilizando una mezcla con un alto contenido en ácido oleico, con lo que conseguía que en la fritura de inmersión se formara una película en el alimento que evitaba que el aceite penetrara en el interior de la masa.

Lograban un producto final crujiente y poco grasiento, que contenía mucho menos aceite que el churro frito tradicional con un aceite convencional, por lo que sus churros eran muy apreciados y tenía una clientela habitual cada mañana.

Por el boca a boca la clientela iba aumentando poco a poco. Alquilaron un local más grande en la zona. La fama de sus churros aumentaba y cuando vino la pandemia pensaron en distribuirlos por las casas con encargos por WhatsApp, por lo que pidieron a sus hijos que les ayudaran en la idea, pues uno acababa de acababa de graduarse como administrador de empresas y la hija tenía conocimientos informáticos y de logística, de los que el matrimonio carecían.

Cuando contaron la idea a sus hijos, estos le dijeron: Padres no vivís en la realidad. No teneis ni idea de lo que quereis hacer. No es el momento. La crisis que está atravesando este país se pondrá aún peor. Pretendeís unas inversiones para un resultado muy incierto que os puede arruinar. Necesitareis empleados que hay que pagar aunque no vendaís. Mejor esperar a ver como evoluciona la economía, y reducir costes para hacer una reserva por si empeora.

No merece que nos metamos en jaleos, le dijo la mujer al marido, y desecharon finalmente la idea. Pero si hicieron caso a sus hijos revisando sus costes, y dejaron de freír con su mezcla de aceites de altísima calidad, encontrando un proveedor de un aceite más barato, y cambiaron también la harina por otra parecida que cundía más, y la mujer dejó de regalar churros a niños que acompañaban a sus madres o esos churros de más que daba a sus clientes habituales, y por los que quedaban tan agradecidos.

Pero las ventas bajaban, y llegó un día que no podían pagar el alquiler del local y los demás gastos fijos sin perder dinero, por lo que volvieron a su anterior puesto en la calle. El primer día que lo abrieron se dijeron: ¡Que razón tenían nuestros hijos, la situación económica se está poniendo cada vez más  difícil!

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