El recto estado de las cosas humanas, el bienestar moral del mundo, nunca puede garantizarse solamente a través de estructuras, por muy válidas que éstas sean.
Dichas estructuras son importantes y necesarias; sin embargo, no pueden ni deben dejar al margen la libertad del hombre. Incluso las mejores estructuras funcionan únicamente cuando en una comunidad existen unas convicciones vivas capaces de motivar a los hombres para una adhesión libre al ordenamiento comunitario.
La libertad necesita una convicción; una convicción no existe por sí misma, sino que ha de ser conquistada comunitariamente siempre de nuevo.
La historia enseña que, si tienes un sistema que es injusto e inadecuado, un gran número de personas sufrirán por ello, pero si es capaz de proporcionar la satisfacción suficiente para seguir adelante, es racional pensar que la gente aceptará esa situación porque no saben cuál puede ser la alternativa, puesto que más allá sólo hay oscuridades y terror.
La técnica de calmar a la gente mediante la provisión asequible de productos básicos y entretenimiento se ha utilizado a través de los siglos como un método para mantener controlados y enajenados a los ciudadanos en sociedades donde quienes gobiernan tienen el poder absoluto y viven con lujos excesivos o en todo caso con unas prebendas que están muy por encima de lo que ese “pueblo” puede pagar y muy alejadas de lo que el ciudadano de a pie se puede permitir llevar a su casa para mantener su hogar y a su familia.
La gente tolera la explotación y la opresión mientras pueda seguir adelante. Sólo cuando deje de haber algo esencial para ellos.
Este fue uno de los motivos de la Revolución Rusa, lo que ocurrió con el apartheid de Sudáfrica, con los sistemas estalinistas en el Este de Europa, por lo que surgió la Primavera Árabe, y lo que puede llegar a ocurrir con el nuevo orden mundial que se quiere imponer en trasformación del capitalismo radical.
Marx indicó con exactitud cómo lograr el cambio total de la situación. Pero en su desarrollo posterior, en lugar de alumbrar un mundo sano, ha dejado tras de sí una destrucción desoladora.
El error de Marx no consistió sólo en no haber ideado los ordenamientos necesarios para el nuevo mundo; su error está más al fondo. Ha olvidado que el hombre es siempre hombre.
Olvidó al hombre y su libertad. Ha olvidó que la libertad es siempre libertad, incluso para el mal. Creyó que, una vez solucionada la economía, todo quedaría solucionado.
Su verdadero error es el materialismo: en efecto, el hombre no es sólo el producto de condiciones económicas y no es posible redimirlo sólo desde fuera, creando condiciones económicas favorables.