¡El ser humano no es un ser normal! Es una entidad extraordinaria.
Y esto no significa que sea… bondadoso, generoso, vital. No. Pero significa que debe aspirar a ello porque está diseñado para eso.
Darse cuenta de la excepcionalidad de nuestra vida. Darse cuenta que hemos sido llamados a vivirla. No de manera normal, plenamente, con nuestra singularidad, como Yo y hacia lo Eterno con los Demás.
La nueva esclavitud me intenta convencer de que lleva una vida “normal”: trabajar para pagar…; producir para rendir…
Mi vida es excepcional por sí misma. No necesito mostrarme a los demás deslumbrante, sino alumbrar.
Y ¡no! La costumbre se hace ley –¡ay, la ley!, ¡la ley!-… Hasta se atreven a llamar “leyes de vida”. ¿Qué ley tiene la vida? ¿Dónde está? ¿Quién la ha escrito?. La vida no precisa de leyes. Es más, no las tiene. Tiene ritmos, frecuencias, adaptaciones, cambios, evoluciones, orden social…, y son cambiantes.
Así transcurre la Humanidad, hasta ahora: ocultándose de la iluminación; de la iluminación que le da diariamente el Ama-necer.
El Ama-nacer que nos enseñó Cristo.
Ese Ama-nacer preludio de una Eternidad espiritual con el Padre, con el Creador, con El.