Hemos vivido más pendientes de nuestra exterioridad, que de nuestro interior. Exponente de ello son las redes sociales, y la importancia que la información sobre nosotros tiene  para los poderes económicos y políticos.

El mundo de los que hoy tienen 60 años no es el mismo que en el que nacieron.  Y algo tiene que cambiar en cuanto a nuestra manera de estar y comportarnos para poder vivir como realmente somos en el mismo.

Tras el cataclismo sociosanitario, mi actitud puede ser: a) Que no me plantee ningún nuevo enfoque en mi vida, lo que normalmente no ayudará a adaptarme a mis nuevas circunstancias, pues nuevos tiempos requieren nuevos métodos, nuevas organizaciones, nuevos objetivos, nuevas relaciones; b) Cambiar algo para que nada cambie, lo que nos llevaría probablemente a una situación de inadaptación o de insostenibilidad; c) Una nueva actitud en mi vida diaria y nuevos objetivos, acordes con mi ideal en la vida y mis circunstancias personales.

Vivíamos una vida donde lo importante era el pensamiento y la acción, más que la contemplación. La pandemia nos ha obligado también a centrarnos más en nuestra interioridad y a fijarnos en la importancia del silencio.

Manteníamos en general un comportamiento más autómata, pendiente del mundo que me rodea, de la racionalidad, del hacer, del consumo, del tener, del reconocimiento de los demás.

La pandemia nos ha centrado más en la importancia de ciertos sentimientos y conocimientos pertenecientes al mundo interior,  que son gratuitos, como el amor, la amistad, la espiritualidad.

Estamos pasando del pensamiento de que quiero estudiar y que quiero hacer, y que piensan los demás de mí; al sentimiento de quien soy yo, para qué actúo, como deseo yo realmente vivir y relacionarme, como volver a empezar.

Sentimos malestar en el estado actual, sabemos que no estamos bien así, vemos cosas que no nos gustan de nosotros mismos, tampoco nos gusta el derrotero que ha tomado nuestro trabajo, nuestra profesión, la sociedad en la que vivimos, pero todavía no estamos realmente decididos a movernos hacia el cambio.

Todavía en general se suelen utilizar condicionales en referencia al cambio personal: “debería” comunicarme mejor con mi pareja, dedicar más tiempo a los demás, ser más positivo, ocuparme más de los que me rodean, relacionarme de otra manera con mis compañeros de trabajo, cuidarme más … etc.

Las revoluciones hasta este momento de la historia de la humanidad se han efectuado por hombres, y con relación al poder y al dinero.

Pero existen otras revoluciones personales que no tienen por objeto el poder o el dinero, y que verdaderamente pueden cambiar el mundo, al menos nuestro mundo.

Cuando esos “debería” se transformen en realmente en un “quiero” o en  un “necesito cambiar”, cuando lleguemos al punto de tener claro el por qué queremos cambiar, cuando encontremos nuestro Ideal en la vida y nos comprometamos con el, es cuando estamos preparados para cambiar, para nuestro renacer, y encontraremos el camino, la disciplina y la constancia para efectuar el cambio.

Cristo inició la revolución del amor al prójimo.  Cambió el curso de la historia del hombre. La cultura del amor y de la misericordia, es muy distinta a la cultura que busca el poder y el dinero imperante a lo largo de la historia de la humanidad.

La revolución iniciada por Cristo sigue en marcha, pero en estados muy iniciales, porque no tenemos todavía la voluntad firme de cambiar.

Del santo Evangelio según san Lucas 12, 54-59
En aquel tiempo, decía Jesús a la gente: Cuando veis una nube que se levanta en el occidente, al momento decís: «Va a llover», y así sucede. Y cuando sopla el sur, decís: «Viene bochorno», y así sucede. ¡Hipócritas! Sabéis explorar el aspecto de la tierra y del cielo. ¿Cómo no exploráis, pues, este tiempo? ¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo? Cuando vayas con tu adversario al magistrado, procura en el camino arreglarte con él, no sea que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al alguacil y el alguacil te meta en la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo. 

 

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