Lo que más influye en nuestra salud y bienestar son las relaciones, sobre todo las relaciones íntimas. El cerebro utiliza las mismas áreas para el dolor físico y el dolor social. Las personas con unas buenas relaciones personales tienen menores tasas de ansiedad y depresión.

Las relaciones conflictivas no sólo hacen daño a las personas que están implicadas, sino también a las personas que están alrededor. El estrés acorta nuestra longevidad. Hay una correlación entre las hormonas de estrés medidas en la orina de los niños, y el nivel de conflictividad de sus padres.

En las relaciones interpersonales duales juegan dos factores fundamentales: el amor – también en la faceta afectividad y dependencia emocional-, y el poder.

Según el reparto del poder en la relación interpersonal podemos clasificarlas en horizontales y verticales.

Las relaciones sanas normales actuales entre adultos son del tipo horizontales, aunque puede haber relaciones verticales, como la del padre o madre e hijo/as al nacer, pero estas cada vez que los hijos se van haciendo más formados hasta llegar a la juventud y luego madurez, son cada vez más horizontales.

Probablemente en las relaciones entre adultos no horizontales, el miedo va a estar de alguna forma presente en una de las dos partes. Por ejemplo, miedo a la pérdida de la relación en una pareja. El miedo a la pérdida de la pareja o a la falta de medios económicos si la pareja rompe la relación, o a no poder criar a los hijos puede hacer que la relación se verticalice.

La verticalidad es un problema en las relaciones interpersonales normales, porque las relaciones horizontales, entre tú y yo, son aquellas en que nos relacionamos en la intimidad y desde la igualdad. Es una relación en la que estamos porque queremos.

En el momento que no haya libertad y voluntariedad en la relación, dejará de ser una relación de verdadera intimidad. Pues en las relaciones interpersonales duales sanas existe la interdependencia. Son relaciones en las que ambos dependen emocionalmente mutuamente, pero de manera libre, pues la interdependencia en las relaciones de pareja nace de la libertad.

Incluso en las relaciones personales verticales la interdependencia es buena para que sea una relación sana, por lo que, en incluso en relaciones con verticalidad, como la laboral, no es positivo para la relación la absoluta vertical, es buena cierta interdependencia: tú valoras mi trabajo, lo necesitas en alguna forma, yo valoro mi salario, lo necesito en alguna medida, pero en la relación laboral existe más verticalidad por la capacidad disciplinaria del empresario y miedo a ser despedido. En una estructura organizativa pública, integrada por funcionarios, por ello la verticalidad es menor normalmente.

Esta idea de la horizontalidad en la relación es contemporánea. Lo normal en la historia ha sido la verticalidad en las relaciones y especialmente en las familiares.

Los adultos tenían mucho más poder con los niños, o los hombres con sus mujeres. Pensemos que la patria potestad romana era poder jurídico viril. El paterfamilias era el titular del gobierno de todos los nexos que someten a los miembros del grupo familiar. Lo que los romanos llamaban “agnatio”, era el único parentesco legalmente válido. Se entendía por familia agnaticia al conjunto de personas bajo la misma potestad doméstica, o que lo estarían si el común pater no hubiese muerto, por línea de varón (hasta el sexto grado).

Este cambio hacia la horizontalidad de las relaciones es imparable actualmente. Incluso se ha diluido en gran medida la “auctóritas” en las relaciones. Hoy en día, ante una autoridad, siento que tengo mis derechos, y que, en el marco de la ley, con las facultades del juez o policía, por ejemplo, este cuando se dirija a mi lo tiene que hacer con igual dignidad y respeto. Estamos ocupando posiciones coyunturalmente distintas, es decir, en una verticalidad coyuntural, pero ese juez o policía no es superior a mí.

Pero no todo el mundo es capaz de asumir el riesgo de las relaciones de verdadera horizontalidad, en la relación en la que ambos tienen el control sobre la relación personal afectiva. No todo el mundo quiere o soporta sentirse dependiente de los propios deseos y decisiones del otro.

Es decir, no todo el mundo logra estar bien en una relación de interdependencia. De aceptar la autonomía mutua en la relación. Pues cuando determinadas personas sienten la posibilidad de la pérdida de la relación afectiva por la voluntad de su pareja, se le disparan miedos (miedo al abandono, al rechazo, al ridículo, al engaño, etc.).

Los miedos que se nos pueden disparar en una relación en horizontalidad suelen depender de como fuimos criados. Si nos enseñaron a ser autónomos, a tener relaciones equilibradas, a respetar la opinión del otro cuando su opinión no coincide conmigo, que los demás tienen derecho a hacer lo que ellos o ellas consideren con su vida y con su cuerpo, y que si tu deseas romper con la relación por tu propia decisión, esto no me da ningún derecho sobre ti.

En las relaciones afectivas de un matrimonio cristiano existe además un ingrediente invisible en la relación. La fe.

Este vínculo del matrimonio con Dios da un sentido transcendental a la relación, y determina, en oración, que toda situación difícil o dolorosa que viva el matrimonio se resuelva respondiendo a una pregunta: ¿Qué requiere el amor?.

Leave a Reply

Your email address will not be published.Required fields are marked *