Estuve en la boda católica de la hija de un buen amigo que falleció, en la que fue el padrino de la novia un amigo común, y me han parecido muy emotivas las palabras que dirigió en el rito a los novios, que pondremos se llamaban María y Julio, y a la hermana y madre de la novia, que llamaremos Ana y Maru, excurso que transcribo a continuación:
“María, soy tu padrino de bautismo, de ese momento tan especial en el que recibiste la filiación divina y entraste a formar parte de la iglesia, pero YO NUNCA HABRÍA QUERIDO SER TU PADRINO DE BODA porque lo natural es que hubiera podido ser tu padre. Pero, aunque nunca lo hubiera querido, cuando me lo pediste me sentí muy honrado por ese detalle y esa delicadeza que has querido tener conmigo. Ser padrino de boda es un gran honor y algo que suele ocurrir muy pocas veces en la vida. Si además eres padrino de boda de quien es tu ahijada y ella es la hija de tu mejor amigo, pues la verdad es que es un honor inmerecido y también por qué no un compromiso y una responsabilidad que acepto gustosamente. Me ha emocionado el haberte acompañado como novia hasta el altar.
Hoy creo que es un día agridulce por varias razones, la principal nota de dolor hoy para todos es que nos falta José, que a María y Ana les falta su padre, que a su madre y esposa Maru le falta su esposo. Sin embargo, su ausencia física no impide que su presencia sea, si cabe, más intensa entre nosotros incluso que si le pudiéramos ver y abrazar. La convicción que tengo es que desde el cielo sin duda ha intercedido por la conversión o el inicio del proceso de conversión tanto de María como de Ana. Recuerdo vivamente un par de días antes de ingresar en el Hospital, a la salida de los ejercicios espirituales que vivieron Maru y él, en la cocina de mi casa cómo me expresaba que ya pocas cosas deseaba en esta vida, salvo el deseo ardiente de que tú María y tú Ana volvierais vuestra mirada a Dios, de que por fin le descubrierais y de que El pudiera ser el centro y el palo mayor de vuestra vida, como lo había sido de la suya tras su conversión en un Cursillo cuando tenía 18 años.
Julio, María, el amor es lo más importante, y en el matrimonio más. El amor cristiano en general y el amor matrimonial en particular es un amor de entrega, de servicio, es un amor hasta dar la vida.
La fidelidad matrimonial no es cuestión de “mientras dure el amor” como escuchamos muchas veces, porque el amor no es solo un sentimiento. Es una elección y sobre todo una decisión y determinación. Iluminado por el Amor de Cristo es una decisión irrevocable: en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad, todos los días de vuestra vida.
La celebración de hoy no es el término, la meta de que ya estamos casados; todo lo contrario, es el principio, el comienzo.
Cada día tendréis que renovar el sí que hoy os habéis dado. Lo tendréis que renovar en los momentos buenos que habrá, y especialmente en los momentos malos y de dificultad que también habrá. Estáis llamados a la santidad y esa llamada la tenéis que realizar a través de vuestra vida matrimonial, que es el camino que libremente habéis elegido.
Realizar esto que hoy os habéis propuesto y os habéis prometido, por vuestros propios medios será difícil, pero si ponéis a Jesús en medio el camino se allana enormemente. El sacramento os dará la Gracia y las fuerzas necesarias para llevar a feliz término este proyecto de vida que hoy habéis decidido abrazar definitivamente. Os habéis casado en el Señor.
Si me permitís la expresión: Os salváis juntos o no os salváis. Llegáis juntos al cielo o no llegáis.
En este camino que comenzáis de toda una vida por delante, habrá momentos de sequedad, de dudas, de oscuridad, de desorientación, e incluso de correr el serio peligro de perderse. Si esto ocurre, si esto os ocurre, si os encontráis un poco perdidos, sin salida, como si estuvierais perdidos en el bosque y en mitad de la noche, gritad y pedir ayuda, no dejéis de gritar y pedir ayuda. Siempre habrá un sacerdote amigo, un acompañante espiritual o un hermano de comunidad, un familiar de confianza o porque no también un padrino de boda, si me lo permitís, que os pueda ayudar a reencontrar el camino de vuelta al proyecto que hoy os habéis prometido construir y vivir juntos, porque queréis ser un hombre y una mujer de palabra, fieles a la palabra dada.
La verdad es que en esta tarea que vais a comenzar, para que nos vamos a engañar, vais a ir contracorriente porque hoy la fidelidad no es lo que socialmente se valora, pero el ir contracorriente tiene un punto apasionante y de singularidad que hace que merezca la pena. Con este paso que habéis dado, vosotros queréis ser diferentes de lo que hoy el mundo aplaude, y esto nos alegra y nos estimula también a cada uno de los que estamos aquí.
De la misma manera que no se puede ser cristiano sin Cristo, tampoco puede haber un matrimonio plenamente cristiano si Cristo no está en medio, si Él no es el centro de vuestra relación, si no procuráis hacer de vuestra familia una “iglesia doméstica”.
Para todos los que somos esposos el amor de Cristo ha de ser nuestro modelo de amor. El matrimonio cristiano es amarse en Cristo. La referencia y la fuente del amor matrimonial es Jesucristo, su estilo de amor, de entrega y renuncia, de donación, de “amor crucificado”. Esto es muy importante resaltarlo hoy, porque en nuestra sociedad el amor hoy se entiende como una cosa emotiva, romántica, que sólo afecta a lo emocional y que se puede ir de la misma manera que viene. Pero el amor matrimonial, como el amor cristiano, no es así, es un amor oblativo y de entrega.
Dios tiene un proyecto de familia para vosotros: ser comunidad íntima de vida y amor y santuario de la vida.
Queridos Julio y María, os deseo vivamente que a lo largo de vuestra vida descubráis una y otra vez la belleza de la vocación matrimonial a que habéis sido llamados. El matrimonio es algo precioso, algo que conduce a la felicidad y la realización de la persona, cuando las parejas se entregan a sí mismas en un proyecto de donación perpetua, recíproca, exclusiva, total, irrevocable y sincera.
Acabo ya. MARIA, me dirijo de nuevo a ti, puedes mirarte en el espejo del matrimonio que formaron tu padre y tu madre y tendrás sin duda una referencia y guía segura para tener éxito en la tarea que hoy comenzáis Julio y tú, con este matrimonio.
Enhorabuena por el paso que habéis dado. No tengáis miedo. Contáis con la fuerza de Cristo a través de este sacramento del matrimonio, contáis con la oración de la Iglesia, con nuestra oración y con todo nuestro cariño”.
Finalizo amigo lector esta aportación con un video, que creo es buen maridaje de las palabras que preceden.