Con la pandemia, nos hemos percatado de que el hombre no está por encima de la naturaleza. Somos parte del ecosistema, no los dueños.
El confinamiento nos protege contra el virus, pero es una agresión psicológica; es incluso una agresión neurológica por el aislamiento sensorial, y a quienes afecta más es a los jóvenes.
Estar uno o dos años en esta situación de pandemia les va a hacer perder un tiempo precioso cuando el cerebro está construyendo sus circuitos. La madurez se retrasa en periodos de aislamiento.
En esta situación sociológica vamos que tener que vivir en España. En unas circunstancias económicas y políticas muy diferentes a las que teníamos antes de marzo de 2020.
El modelo económico mundial se estaba desacelerando desde 1960 y con la llegada del coronavirus se ha roto del todo, provocando un nuevo escenario sin parangón.
Pero como superemos las nuevas dificultades también depende de nosotros. Del coraje y de nuestra unión.
Podemos encarar la situación eligiendo fundamentalmente entre tres opciones:
Una es seguir como estábamos. Y entonces, cada pocos años, aparecerá una nueva combinación de genes que formará un nuevo virus. Si seguimos como hasta ahora, nos espera un siglo de epidemias, de falta de libertad, depresión y de pobreza extrema.
La segunda es encomendarnos a un dictador que nos prometa soluciones fáciles.
La tercera es hacer cambios profundos en nuestra manera de vivir. Volver a nuestro interior, explorar nuestra espiritualidad individual y colectiva. Ser más colaborativos y compasivos. Estamos viviendo todos algo más profundo que una crisis, es una catástrofe, y de ella o salimos todos unidos o nos undiremos todos.
La palabra «catástrofe» viene del griego. Significa ‘dar la vuelta’. Su origen es el teatro. Hacia el final de la obra, un giro inesperado sorprende al espectador.
Por ejemplo tenemos la oportunidad de cambiar nuestra manera de consumir. Quizá podríamos hacer una ganadería menos extensiva, comer menos carne, hacer que la economía europea sea más local.
Quizá es hora de importar menos de China y fabricar más en Europa.
Y podemos redescubrir la lentitud. No solo hablo de los viajes y el transporte.
Hablo de realizar una producción más pausada. De una enseñanza menos competitiva. De una justicia menos productiva y más colaborativa, empática y humana. Hablo de respetar los tiempos de maduración y duelo del ser humano, lo que se traduce en la resolución de conflictos interpersonales en la que se le de preponderancia al reencuentro y la equidad, dando el tiempo que cada caso requiere para encontrar soluciones prácticas adaptadas a las circunstancias concretas.
Cuando yo era un niño, la pareja se veía obligada a permanecer unida. Cambiar de trabajo a menudo era indicio de falta de fidelidad a la empresa y de inadaptación. El ideal era entrar de botones y escalar en la empresa hasta la jubilación. El marido era el proveedor y la mujer lo cuidaba y controlaba la casa. Pero un joven de 20 años, en 2021, tendrá varios trabajos a lo largo de su vida, y formará unidades familiares o vivirá con parejas distintas a lo largo de su vida, lo que hace necesario encontrar nuevos enfoques en la resolución de los conflictos relativos al derecho de familia.