Tras un año de confinamientos, cierres perimetrales, con cierres de colegios y traslado de clases a los hogares, teletrabajo, suspensión o pérdida del puesto de trabajo, la filomena, terremotos, y otras situaciones muy dramáticas, un importante sector de la población se ven al borde del colapso mental.
Durante las primeras semanas de la pandemia se produjo un recogimiento familiar y la mayoría nos adaptamos, incluso salimos a aplaudir para darnos ánimos colectivamente y en especial a ciertos colectivos que estaban más expuestos al virus por estar luchando en primera fila y a la vez ayudándonos.
Hubo muchas excepciones, pero, en general, los niños estaban felices por tener a sus padres en casa.
Nos lo tomamos como un periodo de adaptación y había más comprensión, tanto en los trabajos como en el colegio, pero las cosas se han ido complicando. Muchas personas, conscientemente o no, el alargamiento de esta situación ha determinado una importante minoración de su nivel de tolerancia y empatía, incidiendo en la relación con los más cercanos, lo que aumenta su malestar consigo mismo.
Su constante estado de alerta, le ha producido un síndrome de agotamiento, que se manifiesta en un sentimiento de tristeza, irritabilidad e incluso un aumento de la agresividad, problemas del sueño, negligencia en el cuidado de los hijos, conflictos con la paeja y los hijos, e incluso violencia o ideas suicidas..
Es el llamado síndorme “burnout”, en relación con la convivencia familiar, se caracteriza por un agotamiento abrumador que lleva a una sensación de incompetencia en el papel del progenitor y a un distanciamiento emocional con los demás, incluso con la pareja y los hijos.
En esta situación de pandemia, que nos situa en un estado de hipervigilancia, motivada por la constante preocupación por el virus, por evitar su contacto en nosotros y respecto de las personas que queremos, especialmente de nuestros hijos, sumado a las tareas diarias y a la sensación de no verle el fin a esta crisis, provoca que la angustia personal aumente, pudiendo llevarnos a un estado de colapso. Sentir que uno ha agotado todos los recursos y la energía. Que uno está mental y físicamente vacío.
A incidido en el desgaste en los padres la obligación de tener que ejercer también como profesores, de la nueva parte de telepresencialidad en las aulas. En muchas casas, ni siquiera hay dispositivos suficientes para que los hijos se conecten a clase y los padres puedan teletrabajar al mismo tiempo, y eso genera muchísimo estrés.
Además ante un estado de incertidumbre como el que estamos viviendo, nuestro cerebro activa el cortisol, que es la hormona del estrés. Y, aunque esta hormona es necesaria porque estimula los mecanismos de lucha y huida, este estado constante de alerta en el que vivimos hace que se produzca en exceso y eso afecta a nuestra salud. Se duerme peor, afecta al sistema gastrointestinal y estás más irritable, más triste.
La situación que vivimos restringe las formas que teníamos de liberar nuestro cortisol y aumentar las endorfinas, como ver a nuestros padres, quedar con los amigos, abrazarnos, un viajecito de fin de semana, o hacer senderismo.
Incluso hemos empeorado en muchos casos nuestra alimentación, pues no son pocos los días y las personas que han intentado darse una alegría con la comida.
En muchos casos también hemos utilizado las pantallas para entretenernos, pero con ello habremos mitigado momentáneamente dichos sentimientos o la impulsividad y presión de nuestros hijos, pero no suele mejorar nuestro estado de ánimo, y menos con las noticias y contenidos de la televisión.
El que es creyente tiene una oprotunidad para intensificar su oración personal y formación, y poner en valor su fe.
En todo caso hay que tomar decisiones y mantener una disciplina en el cumplimiento de rutinas saludables, como la alimentación sana y buscar actividades que nos recarguen las pilas, especialmente las relacionadas con el ejercicio físico, la meditación, y la respiración, y también es importante mantener si podemos un espacio para nosotros mismos y con la pareja, haciendo turnos en el cuidado de los hijos si es necesario para logar ese espacio íntimo personal.
Caminar con la luz larga de nuestro carburo en este tramo del camino, centrándonos en todo lo positivo que veamos y sintamos, manteniendo en lo posible el amor a los demás y el buen humor, es una cuestión que también requiere de una decisión de poner el foco en ello, manteniéndola con disciplinas como evitar lo tóxico para nosotros y mantener la relación con nuestras “personas vitamina”, que entienden como nosotros que de esta catastrofe saldremos dándonos unos a otros, con tolerancia, altruismo y unión, y con los que poder reírnos.
Es importante amigo lector darse cuenta de que no estás solo, que tus preocupaciones y sentimientos son las de muchos, y que estas etapas de montaña hay que pasarlas, aunque nuestra bicicleta no sea de las mejores, pero nosotros tenemos la fuerza interior para hacerlo seguro. Es cuestión de encontrarnos con nuestra verdadera naturaleza y tomar la decisión personal de hacérlo pase lo que pase. Y si pinchamos, o nos caemos del abici, volver a subirnos a ella inmediatamente o dejarnos ayudar en el arreglo del pinchazo y continuar con nuestra subida hasta que coronemos la cima de este puerto y cuantos existan hasta el final de nuestra vuelta.
Mucho ánimo a todos, y ¡Ultreya¡ como dicen los peregrinos del Camino de Santiago.