El nacionalismo es una ideología, que surgió junto con el concepto moderno de nación, propio de la Edad Contemporánea, en la Era de las Revoluciones (Revolución industrial, Revolución burguesa, Revolución liberal) y los movimientos de independencia de las colonias europeas en América, desde finales del siglo XVIII.
Es un movimiento sociopolítico, gregario, que intenta desarrollar un sentimiento de pertenencia en los ciudadanos a una nación, a través del uso de diversas estrategias y acciones.
El proceso del nacionalismo está vinculado con un territorio de referencia, una cultura compartida y una memoria histórica común, que no tiene por qué coincidir con el lugar de nacimiento de sus componentes. Un ejemplo EEUU.
Suele diferenciarse nacionalismo y patriotismo, por ejemplo, el escritor británico George Orwell que escribió en 1945: «el nacionalismo no debe ser confundido con el patriotismo. Entiendo por patriotismo la devoción por un lugar determinado y por una particular forma de vida… que no se quiere imponer…; contrariamente, el nacionalismo es inseparable de la ambición de poder».
Contemporáneamente y en Europa, hemos sufrido y seguimos sufriendo de alguna manera, en determinados territorios, un nacionalismo que no es una ideología política más, sino un movimiento que, al igual que la religión, implica una fe, una devoción y un sistema de creencias, que propugna una mejora y salvación colectiva a través de la creación de un Estado independiente, con un conjunto de prácticas rituales y símbolos que cohesionan a la comunidad de creyentes-patriotas.
El nacionalismo es de fácil expansión con determinadas técnicas e instrumentos, pues es una fuente de identidad personal y de autoestima colectiva; de refuerzo de vínculos identitarios, comunitarios y de cohesión social entre sus adeptos. Acrecienta el sentimiento de integración en un determinado grupo.
Puede incluso sus metas y valores llegar a ser un ideal personal, y perseguir e intentar lograr las metas nacionalistas, una motivación de vida.
La lengua propia común, los centros educativos y la familia, tienen un papel esencial en la acción para la construcción de la identidad nacional, dado que la lengua no sólo se puede utilizar como instrumento de comunicación, sino también de diferenciación y segregación del que no es de los nuestros.
La familia puede ser un instrumento de educación, y también a la inversa, los jóvenes de esa familia pueden introducir un sentimiento nacionalista familiar.
La identidad nacional puede ser vista como una extensión del amor a la familia, ya que ambos implican una identificación emocional con un grupo de personas que se consideran cercanas y queridas.