La pandemia y los avances tecnológicos nos llevan en muchas ocasiones a ver la vida desde una pantalla o un cristal, lo que fomenta el aislamiento y una falsa seguridad, y dificulta mantener relaciones sanas y desinteresadas.
Venimos de la cultura del usar y tirar, de la obsolescencia programada, y esta cultura también ha alcanzado a las relaciones de amistad y a las amorosas.
Hoy por muchos canales nos meten miedo, intentan tenernos adocenados. Percibo también incluso temor a la unión en pareja, a poner en común vida y patrimonio, a entregar todo en la relación, sin cautelas y reservas.
En la nueva normalidad tratan de controlarnos en vez de organizarnos, y anuncian un mundo de escasez e incluso un gran apagón energético y de internet, y piden que nos adaptemos a esta nueva situación.
Que les den. Me uniré a personas sinceras que tienen el deseo de una vida plena.
Venimos sin nada material y nos iremos sin nada también.
Pero en cuanto a nuestros sentimientos, nuestra capacidad de amar y de sentirnos bien con nosotros mismos, nadie nos lo puede impedir.
La vida interna de uno, tiene la impronta de cada uno le de.
El dolor es parte inevitable de la vida, pero también puede convivir con el amor, la amistad y la alegría.
Tener el coraje de tratar a los demás como nos gustaría que nos traten, pese a los retos del día a día, depende de cada uno, y puede ser un estilo de vida si se enfoca uno a ello con decisión. Esa es una buena brújula para el camino.
Por eso admiro y agradezco a todos aquellos que se levanta cada día repartiendo felicidad, pese a sus propias dificultades.