Un ejemplo de diferente enfoque en la resolución de un problema fueron las epidemias que se produjeron en los siglos II y III en el Imperio Romano.
La Peste Antonina (166-172) y la Peste de Cipriano (251-270), tenían una tasa de mortalidad situada entre el 25% y 2% de la población.
En caso de tratarse de “solo” 2%, esto correspondía a más de un millón de muertos en el Imperio Romano. ¿Cómo se enfrentaría la población a esa “peste omnipresente e implacable”?
Paganos y cristianos dieron respuestas muy diferentes.
Paganos: oráculos de Apolo
En Asía Menor la gente acudía a los oráculos para buscar consuelo en tiempos de crisis.
De la Peste de Antonina poseemos textos oraculares que resultan esclarecedores.
Las ciudades enviaban delegados a los templos más famosos (Carlos, Dídima y Delfos) para buscar consejo. Caída la noche y dándose las condiciones óptimas, el sacerdote ofrecía sacrificios, el profeta entraba en la caverna sagrada y allí escuchaba las ambiguas palabras de Apolo, portavoz de Zeus. Luego el profeta las transmitía a un poeta, que las transformaba en un verso de intrincada retórica, respondiendo así a las cuestiones que los delegados habían planteado. Tras pagar una cuantiosa tarifa, los delegados volvían a sus ciudades llevando la orientación divina para la situación en que se encontraban inmersos.
Estos remedios eran simbólicos y culturales, respondían a los actos reflejos de las sociedades y se ajustaban a sus ritos y costumbres. Es decir, los oráculos no ofrecían planteamientos novedosos ni proponían una conducta ética poco usual. Respondían al modo de pensar de la cultura a la que iban dirigidos.
En Asía Menor, la peste provocada por la Peste Antonina dejó intacto el habitus (conjunto de disposiciones socialmente adquiridas que mueven a los individuos a vivir de manera similar a la de otros miembros de su grupo social) de aquellas comunidades. La peste pasó, el modo de vivir siguió siendo el mismo.
Cartago: el sermón de Cipriano
Ante una nueva peste del 250, la iglesia cristiana respondió de un modo muy distinto a los paganos de Pérgamo. Liderada por Cipriano, la iglesia no respondió a la crisis con cultos para aplacar la ira de los dioses, sino actuando para ayudar a la gente que sufría.
Esas acciones reforzaron el habitus cristiano (la forma de ser de los cristianos), lo cual no vino dado por la búsqueda de un consejo en algún oráculo, sino desde el propio interior de la fe cristiana.
Durante la peste, muchos trataron de protegerse echando a la calle los cuerpos de algunos afectados que aún convalecían; “muchos enfermos y moribundos… pedían la compasión de los transeúntes”, señala Poncio. Ante este panorama, ¿cómo debía responder la Iglesia?
Cipriano, el obispo más importante de África, era consciente de que necesitaba la inspiración de Dios para hacer frente a una crisis así. Y estaba convencido de que, si hablaba inspirado por los textos y el ejemplo de la Iglesia y los aplicaba a la conducta de la gente, los cristianos podrían escuchar la voz de Dios y actuar guiados por ella en comunidad. Sabía que los cristianos responderían con valor y paciencia. Y así, Cipriano escribió un sermón para la ocasión.
No sabemos si se reunieron a para escucharlo, aunque lo más probable es que se recibiese en “iglesias domésticas” (en casas o talleres, y no en el edificio construido para el culto comunitario, dadas las circunstancias).
Tampoco sabemos si oraron, compartieron la santa cena o cantaron. Lo que sí sabemos es que Cipriano transmitió un sermón ante la asamblea, que fue profético y pastoral, centrado en la situación de los creyentes en momentos de peste.
Gracias a Poncio, biógrafo de Cipriano, sabemos algunos de los contenidos de este sermón:
1) En el sermón, Cipriano no intentó explicar la peste. En su exhortación sencillamente recuerda que Jesús, en el Sermón del monte, había dicho que Dios hace llover sobre justos e injustos. Para Cipriano la cuestión no era por qué se había desatado la peste, sino cómo debían responder a ella los cristianos.
2) Cipriano recordó a la gente la bendición de la misericordia, atestiguada en muchos ejemplos extraídos de la Biblia. A su vez, recordó que la tradición que había caracterizado a los cristianos durante sus dos siglos de existencia, configurando “una organización, única en el mundo clásico, que de forma eficaz y sistemática cuida de los enfermos”.
Los cristianos contaban sobre todo con un habitus fraguado por el tiempo, una forma de ser que les capacitaba para asistir a los demás en tiempos de necesidad.
3) Cipriano llegaría aún más lejos, inspirándose en el Sermón del Monte de Jesús, insistió a la gente que respondiera en este periodo de peligros y sufrimiento imitando a Dios. Los cristianos tendrían que vencer al mal con el bien, y practicar una “clemencia similar a la divina, amando incluso a sus enemigos… y orando por la salvación de sus perseguidores”.
La congregación de Cipriano estaba totalmente educada en la doctrina de amar a los enemigos, lo que hizo este pastor durante la crisis fue aplicar la enseñanza al auxilio a los hermanos en términos concretos.
Poncio nos dice que en su sermón Cipriano trató de “otros temas importantes”, que se omiten en el documento por espacio. Podríamos especular en base a otros temas frecuentes de su obra: ¿recordó Cipriano a su audiencia que debían afrontar la muerte sin miedo?, ¿recordó Cipriano que un cristiano es convincente no cuando habla sino cuando vive, instando así a aplicar lo creído?
Sea como fuere, Cipriano respondió a esta crisis invitando a los cristianos a vivir una vida marcada por el habitus del coraje y paciencia: confiando en Dios, renunciando a controlar los resultados, sin prisas, sin dejarse llevar por las convicciones ideológicas, amando a los enemigos.
Probablemente se trató de una respuesta desigual. Sin embargo, algunos lo entendieron e hicieron el bien a todo tipo de personas. Los cristianos en general dieron un testimonio encarnado de amor al prójimo. Su coraje y conducta planteó interrogantes serios a los paganos que observaban su modo de vivir.
Las enseñanzas de este pasaje de la historia nos indican que, desatada la peste de la ruptura familiar, podemos actuar como juristas paganos o juristas cristianos.
Buscar con elocuencia jurídica que triunfe el interés de mi cliente; o buscar con coraje e inteligencia ser instrumento de una solución de consenso que permita que no escale el conflicto y puedan las partes y sus hijos reestructurarse desde una paz familiar.