EL MUNDO Y MI MUNDO

Pienso que hoy vivimos en una sociedad que promueve valores confusos. Gastamos fuerzas y recursos en lo que es secundario o superfluo. Se nos repite que no hay absolutos, todo es relativo y depende del momento o los fines a conseguir. Que no es necesario para la convivencia una cohesión de principios éticos, que no hay una jerarquía global de valores.

Sin embargo, es una apreciación mía que la estabilidad de la relación matrimonial o de pareja depende en gran medida de que los valores morales de sus miembros estén debidamente engranados y se esfuercen en mantenerse unidos bajo un ideal de vida.

Lo anterior tiene difícil encaje en una sociedad como la española, en la que se ha generalizado en la conciencia de los ciudadanos que la moralidad es algo privado, individual; en la que se propugna desde los poderes públicos que la moralidad privada no debe mezclarse con las relaciones interpersonales y actos sociales.

De dicho prejuicio deriva en gran medida la banalidad de las relaciones personales, y el que estas se lleven a efecto en gran medida a través de pantallas y redes sociales.

Al separarse la moralidad personal del mundo de las relaciones, incluso de las relaciones en pareja, estas adolecen de un gran vacío de moralidad.

De ese vacío se aprovechan determinados grupos de poder, políticos y económicos, públicos y privados, para la manipulación de la sociedad en su beneficio.

Pero personalmente podemos distinguir entre el mundo y mi mundo. Mi mundo sería mi familia, mis amigos, mis compañeros de trabajo, las personas con las que me relaciono día a día. Y el ambiente de mi mundo depende en gran medida de mi actitud, y de mis acciones u omisiones de cada día.

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