Creo que todos estamos de acuerdo que vivimos momentos muy acelerados. En estos momentos es fácil perder el control, y olvidar que es lo que es realmente soy y que me hace mejor persona.
Son momentos también de temor, de incertidumbre, incluso de miedo para muchas personas. Son tiempos de insensibilización a lo que le pasa al otro, de incomunicación, de individualismo colectivo. De vida en una masa societaria que cada vez se comunican más a través de medios técnicos y con menor empatía.
He decidido cambiar todo ello en mi vida. Me prometo a mí mismo disciplinarme hacia ese cambio interior que llegue a brotar al exterior de mi persona. Quitar mi cizaña interna.
Me digo a mí mismo que soy cristiano, es decir seguidor de Cristo, de sus enseñanzas. ¿Pero realmente esto es cierto? ¿Realmente lo estoy haciendo bien como discípulo de Cristo?
Evidentemente no, porque un cristiano no puede estar agobiado en este tránsito que es la vida. Ser cristiano no es algo penoso, tampoco en el mundo de hoy.
SEGUIR A CRISTO NO DEBE SER ALGO PENOSO EN MI VIDA
Seguir a Cristo no debe ser algo penoso. Al contrario. Precisamente es vivir en el amor y dar amor y esperanza. Esto es algo que, si tuviera muy presente cada día, intuyo que sería muy positivo para mí y para los que me rodean.
LA VIDA CRISTIANA NO DEBO COMPLICARMELA
La vida cristiana no debo complicármela con excesivas instrucciones y lecturas. Con excesiva formación.
Tampoco tengo obligación de demostrar o tratar de enseñar mis conocimientos sobre literatura, estudios y pensamientos cristianos a los que me rodean. Eso realmente no es evangelizar; de hecho, el efecto de ese intento de transmisión muchas veces es una barrera psicológica para el que me escucha de conocer a Cristo y lo que en esencia representa.
Seguir a Cristo empieza por una decisión, pero es un proceso interno, que no requiere hacer grandes cambios en la personalidad o en la conducta, ni retiros espirituales con guías que nos hagan ver la luz y nuestra vida sufra cambios de 180º.
Se trata de llegar a ser uno con Cristo.
Mi rendimiento cristiano podría plasmarse en la ecuación:
Rc=Uno con Cristo-interferencias