EDUCAR HOY MISIÓN IMPOSIBLE

El ser humano tiene que aprender a ser humano.

Cada vez que nacemos empezamos de cero. Podemos heredar el color del pelo, la nariz e incluso el dinero de nuestros padres, pero no heredamos sus valores.

La honestidad, saber escuchar, el respeto en las relaciones, la empatía, el amor por los demás, no se heredan. Eso lo vás adquiriendo de la sociedad en que vives. Lo encuentras en tu convivencia en la familia, en la escuela, en la interrelación diaria con los demás en el trabajo, en la calle, en las tradiciones, en las manifestaciones religiosas, culturales, en los libros, en los poemas, en la arquitectura, etc.

La cultura es el conjunto de valores, conocimientos y rasgos característicos que distinguen a una sociedad, una determinada época o un grupo social. 
Por eso la cultura de una comunidad es muy importante para ese cometido de aprender a ser hombre. Cultura viene del latín: cultivo.
Una distinción esencial cultural de nuestra sociedad es la base religiosa o laica de la misma.
Los cristianos formamos parte de una cultura universal que cree en la existencia de un Dios único, y cuyo principio fundamental es el Amor a Dios y el amor al prójimo como a uno mismo. Y como regla de oro de comportamiento es el no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti, y que encuentra esos valores de manera fundamental en La Biblia y en especial en los Evangelios.
Otras culturas basadas en valores religiosos beben de sus libros, como El Corán, La Torá o los textos del Canon Pali, por ejemplo.
A lo largo de la historia no han sido pocas las guerras derivadas o justificadas en el choque entre habitos culturales y mandatos de un imperativo religioso.
El choque entre lo religioso y lo estamental aparece de manera expresa en los Evangelios cristianos, y lo resuelve Cristo con la frase: Dar al cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios (Mateo 22, 15-21).
Reconoce la existencia de dos planos: el de la sujeción a las leyes civiles en el ámbito estatal y el de la obediencia a la autoridad de Dios desde la fe religiosa.
Esta necesidad de distinguir los dos planos se acrecienta en el siglo XVIII con la Ilustración y la Revolución liberal, cuando la burguesía imperante necesita más libertad para ejercer el comercio, y exponencialmente se requiere con la revolución en las comunicaciones y la generalización del comercio internacional, lo que ha dado lugar al concepto de Estado laico, como opuesto al Estado confesional, que se basa en la separación entre la sociedad civil y las sociedades religiosas en el mundo y en un mismo territorio o nación.
Pero la laicidad de un Estado cuando su cultura tiene una base religiosa no siempre es posible. El choque se produce cuando una creencia religiosa es norma, y esa norma religiosa es contraria a la norma estatal, o cuando los principios religiosos son contrarios a los que inspiran la norma de la sociedad civil.
 Surge así el término laicidad, que ha sido siempre objeto de debate:
  • Principalmente desde sectores religiosos y especialmente cristianos se defiende la distinción entre laicidad y laicismo. Afirman que no puede haber una neutralidad en el sentido de exclusión del aspecto religioso en la vida pública y social, al considerarlo parte constitutiva de los derechos sociales de la persona. De ahí que califiquen la palabra «laicismo», utilizada en el sentido de sentimiento en un sector de personas que promueven de forma activa, con prohibiciones, una oposición a la influencia religiosa en la vida pública, llegando a ser un movimiento anticlerical en ciertas épocas, como ocurrió durante la segunda república en España, o en países del área comunista,  y en muchos casos ser una cultura que lleva a una  «forma encubierta de ateísmo de Estado». En el mismo sentido hablan de «ofensiva laicista».  Frente al laicismo, se defiende como distinto el uso del término «laicidad», al que atribuyen un componente de secularidad de la vida pública y social basada en el respeto a la libertad religiosa.  Una «laicidad positiva», que sería una forma de secularismo que puede conllevar ayudas estatales a las principales organizaciones religiosas del país, y respeto a una edecuación religiosa en el marco de un Estado en el que puedan coexistir diferentes culturas religiosas.
  • Desde sectores laicistas se defiende la estricta neutralidad del Estado en materia religiosa y se considera que los términos «laicismo» y «laicidad» son sinónimos o que se refieren a lo mismo (siendo «laicidad» el carácter de laico y «laicismo» aquello que es favorable a lo laico). Critican asimismo el concepto de «laicidad positiva» (al que consideran como una forma de «clericarismo encubierto») por considerar que rompe esa neutralidad.

Si los educadores profesionales tienen como misión fundamental introducir al educando en la cultura del país donde vive, parece misión imposible actualmente, pues además los cambios sociológicos contemporáneos han sido tan rápidos y rádicales que la cultura del  educador puede que no sea la actual imperante del país en que enseña.

Los padres son educadores naturales. Y también lo tienen difícil en el momento actual. Incluso pueden tener más conocimientos en muchos campos sus hijos que ellos mismos, en un mundo donde impera la tecnología, con nuevas herramientas en la educación que los hijos pueden dominar, y los padres puede que ni las conozcan.

Por eso cuidar que existan familias, y apoyar a los padres de esas familias, es fundamental.

En el contexto de caos en que estamos viviendo, es arriesgado y un sobreesfuerzo a veces épico la paternidad y maternidad responsable, y muy difícil formar una familia estable, en cualquiera de las nuevas modalidades de familia que vamos conociendo.

Además la civilización global humana está en peligro real de supervivencia, por el cambio climático, una guerra nuclear, o cualquier otra causa que ni siquiera puede que con generalidad se conozca. La película «Don’t look up» es una frívola parodia de ello.

Los Estados y los gobiernos se están diluyendo. El poder real cada vez está en mayor medida en manos de corporaciones o poderes sin alma, sin misericordia, sin valores humanos. Las 50 principales empresas del mundo facturan el 25% del PIB del planeta.

Sin una verdadera cultura basada en el amor al prójimo y la compasión, la barbarie siempre volverá, y solo será vencida por el tiempo, que traerá a otros nuevos bárbaros.

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