Hace unas semanas llegó a mí esta expresión a través del wasap: la vida debería ser AMARILLA. AMAR -Y-YA. Lo cierto es que más allá de lo ingenioso del juego de palabras, la cosa tiene su ‘miga’.

Hoy quiero traer esto aquí porque en estos tiempos difíciles y raros, de rupturas de pareja y de vida personal en una habitación, hay un riesgo grande de quedarnos en el color ‘negro’ o ‘gris’, encerrados en lo que nos preocupa, o en la rutina de sentir que todos los días son iguales, que no hay nada que podamos hacer para mejorar mi mundo, lo que me rodea.

Otra tentación puede ser la tristeza de vivir en permanente color ‘marrón’ incapaces de descubrir en los acontecimientos un atisbo de oportunidad o de esperanza; eternamente ‘ofendidos’ y enfadados, con uno mismo y con el mundo. Instalados en la queja sin pasar a la acción. La indignación, sin acción, no conduce a nada.

También existe la amenaza de pasar los días en ’blanco’, sin querer siquiera mirar; viviendo ajenos a lo que pasa en nuestro mundo, anestesiados y con orejeras; sin ver a los que caminan a nuestro lado por si nos salpica el sufrimiento del mundo, convencidos que con lo ‘nuestro’ ya tenemos bastante….

Pero también es posible vivir este tiempo en otra clave: desde Jesús de Nazaret.

Frente a estas actitudes derrotistas, egoístas o acomodadas, aparece con fuerza el rojo, trayéndonos pasión y entusiasmo en todo lo que hacemos, somos y pensamos; viviendo con preocupación y prudencia el momento actual, pero a la vez con alegría; no dejando que el miedo ni la inercia nos paralice: saliendo a las periferias con valor, tocando la realidad y dejando que esta nos ‘toque’.

Y en la paleta cromática metemos también el verde: Dios nos llama a ser predicadores de la Esperanza en este tiempo de pandemia; cambiemos el ángulo y miremos el sufrimiento desde la perspectiva de la cruz, del que sufre, para desde ahí lanzar un mensaje de esperanza al mundo, a los que nos cruzamos cada día. Nuestra mirada compasiva es anuncio de esperanza.

No quiero dejar fuera el azul: signo de calma y serenidad, de cercanía con DIOS. Desde ÉL, preparados para salir al encuentro con el otro.

Y junto a ese rojo, verde y azul, colocamos la tonalidad AMARILLA; la de la vida desgastada y comprometida con el ‘otro’, en toda su dimensión: AMAR -Y-YA. Sobran palabras.

Esto lo escribe Carmen Calama. Voluntaria de Selvas Amazónicas. De colores.

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