I.- De Galicia a Guinea (desde los 30 a los 50)
La familia Ramos Buceta embarcó en Vigo a finales de los años 30 del siglo pasado con destino a África. Mercedes y Amador, junto a sus tres niños, pasaron cuarenta días navegando hacia un mundo lleno de belleza salvaje, lejos de la postal gris y demacrada de la posguerra gallega. Los recursos que ofrecían la madera, el café, el cacao y el azúcar mejoraron la vida de decenas de familias coloniales que echaron raíces lejos de sus tierras, hermanados con los autóctonos. Valientes viajeros que, a pesar de sus orígenes, hicieron de los territorios españoles en el Golfo de Guinea un paraíso económico y social.
Armenia es la mayor de los hijos de Amador y Mercedes. Cumplió 20 años en África, donde pasó toda su infancia y juventud libre de prejuicios en la ciudad de Bata, actual Río Muni, la Región Continental de Guinea Ecuatorial. Allí vivía Martín Garita, el hijo mulato de un empresario vasco y una nativa de la etnia bubi, que visitaba a su hijo un par de veces al año.
Martín creció libre, arropado por su padre y protegido por las otras familias españolas que encontraron en Guinea, que fue colonia de España desde 1778, convirtiéndose en dos provincias de España en 1957, un territorio dispuesto a ofrecérselo todo, de selva virgen pero con la cultura, educación y posibilidades de un país acomodado.
Martín y Armenia crecen inseparables, y comparten una historia de dos que no entiende de imposibles ni colores. Todo parece sencillo cuando se trata de vivir lo que uno siente sin plantearse nada más: aventuras en la selva, paseos por la playa, excursiones por el río…
En cambio, a medida que la relación se afianza, parte de la familia asentada en Galicia se preocupa cada vez más. El amor interracial se convierte en una aventura prohibida a los ojos de los familiares gallegos, que lejanos al mundo libre y desde el ojo crítico de una España de los cincuenta carcomida por el pasado, piden que la joven Armenia regrese a la península cuanto antes.
II.- El retorno de Armenia en los años 50
Casi un mes de viaje en barco supuso el retorno de Armenia desde la Guinea colonial hasta Galicia. Los viajes en los años 50 se dilataban más que ahora.
En los años siguientes, Martín la visitó dos veces en Vilagarcía. Encuentros con sabor a despedida definitiva, ya que ambos decidieron respetar la decisión familiar y aceptar una ruptura por cuestión de piel. Complejas realidades históricas que cambiarían el rumbo de sus vidas para siempre.
Viaje a Vilagarcía de Martín para visitar a Armenia en 1952
La última despedida en Galicia fue difícil. Corría el año 1953 y Martín volvería a Guinea para dirigir los negocios familiares y retomar una rutina, sin su compañera de los últimos años.
Armenia marchó a Euskadi. Allí le esperaban cuatro hermanastros que no había podido conocer hasta esa fecha. Martín ya de vuelta en Guinea, le siguió enviando cartas llenas de cariño a Armenia, en las que le hablaba de la prosperidad de su empresa, de las tensiones en una colonia cada vez más revuelta e incluso le hizo llegar un telegrama el día que ella se casó en 1957. Le deseaba toda la felicidad del mundo al lado de Pepe, el joven gerente de una fábrica de conservas en Vilaxoán, que, siempre cariñoso, honesto y trabajador, construyó al lado de Armenia una familia querida y respetada en el pueblo.
El contacto con Martín cesó a partir de la boda de Armenia. Pero siguieron teniendo noticias mutuas a través de amigos comunes. Con el proceso de independencia de Guinea, la provincia española estaba dejando de ser el paraíso que Armenia recordaba para convertirse en un territorio hostil, también para Martín.
La descolonización del año 1968 fue una masacre a punta de pistola. Tras la independencia, firmada en octubre de 1968, muchos colonos permanecieron en Guinea a pesar de las advertencias antiespañolas del presidente Macías Nguema.
La otra opción de los españoles blancos y europeos era abandonar los logros de toda una vida para regresar a la península sin nada. En febrero de 1969 estalló la crisis y la evacuación violenta que terminó con cientos de heridos y encarcelados. Santa Isabel, capital de la isla de Fernando Poo, y Bata, en la provincia de Río Muni, fueron las zonas que más sufrieron por la desastrosa actuación de los responsables políticos de la época.
Armenia estaba en la casa de sus padres en Galicia, con su marido y sus dos niños pequeños, cuando un telegrama llegó anunciando que una paliza fatal había dejado a Martín Garita en coma. En apenas dos líneas se informaba de su traslado a Madrid en situación de extrema gravedad… Y allí se perdió la pista.
Durante años, cuando Armenia contaba su historia, lo hacía con lágrimas en los ojos, especulando sobre un final solitario e injusto en el que Martín había perdido la vida solo, en algún hospital madrileño, por la crispación de las revueltas que le condenaron a una muerte evitable lejos de su Guinea natal, por el hecho simple de ser blanco entre los negros, y negro entre los blancos. Un posible crimen perdido en tierra de nadie.
A veces, cuando el tiempo corre deprisa, uno mira atrás y se da cuenta de las cosas que nos hubieran gustado que fueran de otra forma en nuestras vidas. Y despertamos a tiempo para decidir cuáles son esas preguntas que no deben quedarse para siempre sin respuesta.
Una mañana, Armenia pensó que tal vez quedaba otro final de la historia por descubrir, y valía la pena intentarlo… ¡sesenta años después!
III.- Recuperar la memoria de Martín
Dicen que uno muere cuando cae en el olvido de los vivos. Armenia no quiso olvidar a Martín, y deseaba honrar su memoria.
Inició una investigación sobre donde estaba enterrado. Preguntó en hospitales, registros civiles, fosas comunes, funerarias y llamamos uno por uno a todos los vascos que encontramos en los listines de teléfonos. Una partida fúnebre con registro en Castro Urdiales facilitó la pista definitiva.
Supo que Martín fue muy querido por toda su familia y las personas que estuvieron a su lado siempre, hasta el último momento. La muerte le llegó en 1975, a sus 43 años. Las palizas y los tiempos de encarcelamiento durante la descolonización y revueltas pasaron factura y le dejaron daños irreversibles en los riñones, que le obligaron a varios años de diálisis a la espera de un trasplante renal que nunca llegó.
La esposa de su padre, sus hermanos, sus sobrinos… estuvieron a su lado hasta el último día, y aseguran que la enfermedad no terminó nunca con su carácter alegre, su innegable elegancia y su capacidad para hacer de los contratiempos una oportunidad para reír. Tras su regreso a la península, Martín puso en marcha una empresa de construcción que dio trabajo a decenas de españoles que salieron apresuradamente de Guinea sin nada, arruinados tras la revuelta armada, y emprendieron una nueva vida en una España en proceso de cambio.
Entre sus obras, construyó una inmensa tumba familiar de mármol de carrara blanco en el cementerio de Castro Urdiales, un regalo a su familia paterna, en la que ahora también él descansa para siempre. Cubierto de blanco, como él acostumbraba.
Martín contagió alegría y optimismo hasta el final de su vida. Armenia repasó todos sus recuerdos con los hermanos de aquel niño con el que creció y la marcó de por vida.
IV.- Epílogo
Esta historia de amor y respeto he querido divulgarla por lo que puede a uno ayudar a reflexionar.
Existen locuras tan sensatas, que el único error es no cometerlas.
Porque lo que realmente conforma nuestro carácter no es lo que nos pasó…sino lo que hicimos para superarlo.