Los defensores de El Caney fueron y son ejemplo vivo de valor humano, fidelidad y abnegación, trasladables al sistema de valores universal de la vida personal y familiar de hombres y mujeres de bien, de hoy y de siempre, y por eso traemos su recuerdo a este blog.

Joaquín Vara de Rey y Rubio (nació en Ibiza el 14 de agosto de 1841, siendo su padre capitán del ejército destinado en la isla).

A los 15 años ingresó en el Colegio General y al graduarse ingresó en el Ejército español con el grado de subteniente. Combatió en las rebeliones cantonales de Cartagena y Valencia. En 1872, luchó en la despiadada Tercera Guerra Civil Carlista que desgarró España durante cuatro años. Recibió un traslado a Filipinas en 1884, ascendiendo al rango de teniente coronel. Luego sirvió como el cuadragésimo primer gobernador de las Islas Marianas desde abril de 1890 hasta agosto de 1891, situadas en el Océano Pacífico. Al estallar la Guerra de Cuba se presentó voluntario.

No era ajeno a las luchas internas cuando solicitó su traslado a Cuba en 1895. Su logro más loable antes de llegar a El Caney se produjo cuando dirigió un regimiento en el asalto de un bastión rebelde cubano en la colina Loma de Gato el 5 de julio de 1896. Durante el enfrentamiento de seis horas, su mando sufrió grandes pérdidas: ochenta muertos y 160 heridos. Los rebeldes sufrieron la pérdida de diez muertos y entre cuarenta y cincuenta heridos, sobre todo José Maceo, hermano de Antonio Maceo, líder guerrillero y segundo al mando del Ejército Libertador de Cuba, y junto a él otro brigadier llamado Cartagena.  Por este hecho de armas, Vara de Rey y Rubio fue recompensado con una Cruz al Mérito Militar con distintivo rojo, la cuarta en su carrera, ascendido a general de brigada y se le otorgó el mando de la Brigada San Luis. Poco después se produce otro glorioso gesto militar por el soldado español Eloy Gonzalo en el cerco de Cascorro, que no está mal recordarlo aquí para poner en evidencia el espíritu de esos patriotas, aunque ese es otro episodio.

El 22 de junio de 1898, el V Cuerpo de Ejército norteamericano desembarcó en Cuba. Superado, el ejército español comenzó la retirada y se atrincheró en lugares estratégicos. Vara de Rey recibió la orden de defender el pequeño enclave de El Caney.

El Caney era una pequeña posición defensiva apoyada sobre el fortín de El Viso, sin artillería ni ametralladoras, con una guarnición de 527 hombres al mando del brigadier general Vara de Rey.

El 1 de julio de 1898, la división estadounidense de Lawton de 6.500 hombres del Quinto Cuerpo (aproximadamente la mitad del comando del letárgico y desgarbado general William R. Shafter) se acercó al pequeño pueblo de El Caney, ubicado a cinco millas al noreste de Santiago. En el pueblo y los cerros circundantes se estableció una estructura defensiva por los españoles. El pueblo lo conformaba unos pocos y frágiles edificios de piedra. La guarnición de El Caney estaba compuesta por tres compañías de regulares del Primer Batallón del Regimiento Vigésimo Noveno (Regimiento de la Constitución), cuarenta hombres del Regimiento de Santiago y una compañía de guerrilleros a pie con dos cañones Plasencia de retrocarga. Total 527 hombres todos bajo el mando directo de Vara de Rey y Rubio.

Shafter decidió tomar esta posición con el fin de no dejar tropas españolas sobre su flanco derecho. Al general Henry Lawton, le tocó dirigir a sus 6.899 hombres contra El Caney, que estaba bajo el mando de Vara de Rey. Los norteamericanos creyeron que los españoles huirían ante su aplastante superioridad numérica (10:1), pero a las 9 de la mañana ya había quedado claro que los españoles se preparaban para resistir.

D. Joaquín cuando se inició la batalla era ya casi sesentón – en esa época en que la esperanza de vida era menor-, y tenía una inconfundible barba canosa, lo que no le hacía pasar desapercibido en el campo de batalla, siendo indudable que en la épica defensa española influyó el carácter y motivación que supo imprimir a sus hombres Vara de Rey, paseándose una y otra vez a lo largo de las trincheras para animar a sus hombres, desafiando las balas, mientras sus hombres realizan vítores.

A las 12h. los norteamericanos habían sufrido un gran número de bajas, y estaban clavados en el suelo y estancados, incapaces de avanzar y tomar el lugar, por lo que deciden usar la totalidad de sus hombres de reserva y desviar fuerzas del ataque a Santiago hacia esta posición defendida por Vara de Rey y sus hombres.

Tras el empuje total y la feroz defensa española, ésta comienza a ceder hacia las 16.30h, Vara de Rey ya se encuentra herido en ambas piernas, en una camilla conducida por dos de sus hombres, junto a su hermano Antonio (capitán), y su sobrino Alfredo (teniente), que le llevan y le traen de un sitio a otro, a su petición, mientras sigue dirigiendo la batalla, se da cuenta que de los 527 hombres tan solo dispone de casi 100, por lo que decide traspasar el mando al teniente coronel Puñet, para que organice la retirada hasta Santiago ordenadamente.

El general español detuvo a veces la retirada, para que se responda con fuego al acoso continuo de los americanos, ante su avance. En una de estas pausas para hacer fuego, a la vez que grita de nuevo. “¡Fuego muchachos!”…, el grupo es alcanzado por una ráfaga, efectuada por los hombres del diezmado 22º Regimiento de Massachussets, ahora en la retaguardia tras las tropas españolas.

Muchos heridos, camilleros y acémilas -mulas- cargadas de heridos caen muertos, quedando atrás el cuerpo inerte del general, mientras la columna prosigue su retirada.

Los famosos Roug Raiders, al mando del que posteriormente sería el presidente Roosewelt, participaron en la batalla contra los defensores.

Los norteamericanos elogiaron el valor del general Vara de Rey, y permitieron días más tarde que fuera exhumado su cadáver y repatriado a España, donde sería definitivamente enterrado, con honores en el cementerio madrileño de la Almudena, y condecorado de manera póstuma con la Cruz Laureada de San Fernando, máxima condecoración española al valor en combate, a nivel personal. También fue concedida la Laureada Colectiva al 1º Batallón del Regimiento Constitución Núm. 29, al que pertenecían sus hombres.

También dos semanas después, España perdía oficialmente Cuba.

El comandante Wester, testigo presencial de la batalla, llegaría a decir que “El Caney quedará como uno de los combates más dramáticos y más emocionantes de la historia militar moderna, en el que la bandera roja y gualda fue defendida con heroísmo inmenso y con un cariño patriótico y abnegado, nunca superado quizá”.

Como detalló el periodista Honoré François, cronista y corresponsal testigo del   Journal de Nueva York:

“Estaba en el pueblo del Caney aquel día, oí gran fuego de fusilería en dirección a Santiago y como los corresponsales de guerra teníamos que andar siempre a caza de nuevos sucesos, abandoné el ya pacificado y abatido pueblecito de El Caney. Volví a pasar por el sitio en que aún permanecían el general Vara de Rey y sus compañeros. Las auras, en mucho mayor número, estaban concluyendo su festín. Aquel cuadro era realmente triste y recuerdo que el hecho de ver abandonado a un valiente general español sobre el suelo de Cuba y a merced de las aves, fue para mi presagio tremendo de como quedaría pronto abatido y en ruinas el poder secular de España en América.

…entre los oficiales estaba el capitán Romero, comandante militar del Caney, herido en el pecho; el hermano de Vara de Rey, en el vientre, muy grave (murió a los pocos días) y varios otros cuyos nombres no recuerdo. El capitán Romero, a quien después visité en el hospital de Santiago, y que más tarde vi embarcarse para España ya fuera de peligro, puede ser testigo de todo lo que voy a repetir. Manifestó que él cayó herido cerca del general Vara de Rey.(…)

Del sargento Cunningham conseguí los detalles de cómo había sucumbido heroicamente el pequeño grupo que acompañaba al general Vara de Rey: al verse copados por el 22º Regimiento de Massachussets, habían preferido morir peleando antes que rendirse. Allí no se hizo un solo prisionero que no estuviese herido.

Al día siguiente, volví a visitar El Caney, y viendo el gran número de cadáveres que en sus alrededores aún permanecían insepultos, les indiqué a los moradores que no solamente por humanidad, sino por la salud de ellos mismos, debían enterrarlos. Los más cercanos recibieron sepultura en las trincheras de los fuertes, que hacía poco habían defendido con tanto vigor, y los más distantes a la población, como el del general Vara de Rey y otros, en el sitio en que cayeron. (…)”

Dos estatuas rinden homenaje a su heroica defensa en El Caney, una junto a la estación de Atocha, en Madrid. La otra en Ibiza.

Los ibicencos acordaron dedicarle primero una calle y colocar una placa de mármol en el patio des Castell, aunque después, tras la gran acogida de la suscripción popular para colocar la placa, decidieron nombrarle Hijo Ilustre de la ciudad y dedicarle un monumento. El centro de la plaza está ocupado por uno de los más importantes monumentos de la ciudad. Está dedicado al general Joaquín Vara de Rey y Rubio, que nació en el Castillo de Dalt Vila en 1840 y falleció heroicamente en la batalla de El Caney, en la Guerra de Cuba (1898). De estilo modernista, fue erigido con donativos de todo el pueblo español. Lo inauguró el rey Alfonso XIII en el año 1904.

Recuerdo y respeto que no se brinda en un monumento, sino estando presentes en el corazón de los que hoy seguimos vivos en esta orilla.

Finalizo la presente aportación amigo lector agradecido por su lectura, que espero haya sido de su interés.

Un saludo.

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